El actual Alcázar de los Reyes Cristianos debe su nombre a que durante ocho años funcionó como residencia de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que dirigieron desde aquí la conquista de Granada. Sin embargo, los vínculos que unen esta antigua fortaleza con el poder se remontan tiempo atrás, ya que este espacio, en el que conviven restos romanos y visigodos con otros de origen árabe y cristiano, formó parte del lugar predilecto de los distintos gobernantes de la ciudad.

En primer lugar, del Alcázar Califal, residencia de los emires y califas omeyas de Córdoba, y de la posterior Alcazaba almohade, fragmentada y remodelada por los monarcas castellanos tras la conquista de 1236.

Tras funcionar como residencia real, los Reyes Católicos lo donaron a las autoridades eclesiásticas, transformándose así en Sede de la Inquisición y cárcel civil sucesivamente. Este oscuro pasado  parece evaporarse cuando paseamos por sus espléndidos patios interiores, acompañados por el murmullo del agua que discurre por sus canales y por el perfume embriagador de sus flores, naranjos y limoneros. Deleitando nuestros sentidos con la equilibrada belleza de este lugar no nos costará comprender que el Alcázar se haya convertido en el espacio predilecto de los cordobeses para celebrar sus bodas civiles.

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