Desde que el Monasterio franciscano de San Pedro el Real fuese fundado en el siglo XIII por Fernando III el Santo se convirtió en uno de los principales estímulos de actividad en esta zona de contacto entre la Villa y la Axerquía. Prueba de su relevancia es que en el siglo XVIII más de un centenar de frailes habitaron aquí. En aquella época de esplendor el edificio medieval fue reformado y adquirió una apariencia barroca.

Sin embargo la abolición de las órdenes religiosas que la invasión francesa de 1808 y la posterior Desamortización de Mendizábal trajeron consigo, marcaron el principio del fin del convento. El claustro fue parcialmente destruido entonces, pero las labores de restauración nos han permitido recuperar un espacio que permanece envuelto en un halo de romanticismo y que constituye el broche perfecto a la visita a la Iglesia de San Francisco, el único elemento original que continua abierto al culto. En su interior, donde sobresale la excepcional cúpula ovalada, podremos disfrutar de un precioso retablo dieciochesco con una profusa decoración dorada, que da cuenta del gusto de la época. 

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